“Aire, respirar de la atmósfera que nos rodea. Mares,
embriagarnos de su sabor. Soles, aventuras tangentes al despertar de nuestra
vida. Lunas, eco inconfundible donde nuestras miradas se pierden en el
acontecer de la noche….”
Y por qué no, tener como ídolos la tierra y en global me
refiero. Somos tribus con tacones o zapatos que andamos aprisa por las
minúsculas ciudades que dibujan cemente y asfalto a nuestro alrededor. Existen
otras, es claro, otras en un mundo aparte al cual nosotros dibujamos
diariamente, jornada tras jornadas. Tribus aisladas del eco del consumismo, de
la nefasta contaminación sobre este globo. Son hijos de naturaleza se podría
decir. No hay prisa sino un cierto ritmo enriquecedor acompasado por el sol,
por la luna, por las estrellas, por la naturaleza. Ellos son sabios, saben cómo
caminar, saben cómo buscar y encontrar el medio para existir. Pero hay un
condicionante y ese condicionante somos nosotros, los que no creemos superiores
por la forma en que vivimos y tomamos la vida. No, esto no es así. Ellos son
felices incluso más que nosotros. Y llegamos y los estropeamos: con la tala
sucesiva de sus bosques, con el robo de sus tierras, etc…Y me pregunto ¿Tanto
hemos evolucionados hasta hacerlos parte de nuestras ideología forzosamente?
Pues no, más bien sufrimos un retraso descomunal ante el respeto de otras
culturas, otras maneras de vivir de antaño. No somos únicos ni exclusivos
solamente grotescos ante la manipulación obtusa a estas personas sea del color
que sea, que más da. Que si usan lanzas, que bien, son ellos mismos. Sí, ellos
mismos sumergidos en su adoración a sus dioses. Tal vez sean más humanos en esa apartada orilla donde nosotros no
tenemos cabida, donde la toxicidad de nuestras singladuras no existen. Libres,
que la libertad es el cenit del ser.
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