Son cuatro, son seis. Bestias negras aborrecibles en
el desahucio de la verticalidad. Violentas mazas arrugando el cuerpo, la
existencia en cenizas eternas mientras la memoria se incrusta en sus ojos
absurdos. La manada , dicen llamarse, jauría de colmillos rasgando, rompiendo
la entereza de los sentidos. La pena no me la quita nadie, la angustia
sobresalta en el delirio de sueños rajados en la noche oscura. Y , ahora,
colgada con los hilos afilados de navajas mirándome, observándome, examinándome
en la agónica vida. El sudor vierte lágrimas engendradas de la sangre de mis
carnes. Herida de astas apuntalando mis pasos en el hoy carcomidos, invocando
el dolor. Y comienza el espectáculo, una manada o muchas manadas ajando,
rematando en los toros nerviosos, indecisos, desorientados del por qué. Una
manada que demuestra lo que son, cuando el humano es capaz de estas
atrocidades, de estas costumbres de antaña…¿estamos en el siglo XXI? En una
sociedad dice ser avanzada ¡No¡ las lágrimas rojas juegan entre los mulos de
una existencia fatigada, decaída,
lánguida. Y más…y más aplausos, y más bestias negras corrompiendo, destrozando
el sabor del respeto, de la nobleza de los espíritus de corazón inteligente.
Son cuatro, son seis. Bestias negras moviéndose en el baile demoniaco,
tempestuoso del seis de julio.