Inmersa en una escena donde lo trágico conmueve los
corazones que rozan la entrega a todo ese yo personificado de una actriz, de un
imperio insondable que la entrega a ese personaje como si fuera suyo. Un llanto
que se vuelve lúcido, bello y la vez una voz que concurre en una perfección
inexacta. Una perfección y una belleza que aun estos años que estamos sufriendo
se pueden ver, escuchar, pactar con el silencio de una pantalla donde su cuerpo
se muevo al ritmo de lo que puede o pudo ser real, de lo que puede o fue ficción.
Pero como siempre, lo bello queda, la belleza de Irene Papas y quien respecto y
admiro. Mujer de rasgos marcados, señalados por el inevitable paso del tiempo,
por el inevitable olvido. Y es que olvidamos, incluso yo, no halló el más allá
de mis terrores, no halló el más allá del ayer. Lo cotidiano nos mete en el
bolsillo y navegamos por calles donde un sol estrangula los pasos. Ha fallecido
Irene Papas, su voz, sus maneras de actuar se queda. Sí, se queda en el soplo
de un recuerdo, de una memoria que nos lleva a su belleza.