Sí, el sonido imparable, inexorable de un alma que viaja en
otro tiempo, en otras dimensiones. Me someto a él, al incansable hábito de
escuchar el sonido de la belleza, de la cuasi- perfección de su voz. Me aleja,
me destina donde las cumbres nevadas descansan sobre lagos azules donde los
cuerpos danzan al son de un arpa, de un piano grande, muy grande. La escucho…la
escucho en tintineo veraz de su verticalidad ante otras voces, ante otras
canciones que vagamente dicen algo. Me miro, me observo ante esta pantalla y
mis oídos estremecen mi cuerpo cuando paso a paso elige como amante a la música
como dicha eterna. No sé, es lo que ya andaba diciendo de identificarse ante la
melancolía, ante la alegría, ante un poema envuelto en notas que te absorben
hasta ser corriente uniforme y azocada
por su don. Aquí está, aquí la presento, la dama que me hace fraccionarme en un
mundo inexistente para todos, para todas “Loreena Mckennitt”. Adiós, ya
continuaré en el curso de las reinas que imperan en mis huellas. Hoy un día
como otro, algo frío, algo lluvioso pero continuando.
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