Mi hogar. Lugar aislado por el océano atlántico que nos
nutre de una infinidad de especies, de fauna acuática en el bello recorrido por
su cuerpo. Me niego con lo anteriormente expuesto a los acuarios, a las jaulas,
a los circos que vagan sobre esta tierra. No hace falta, el mar nos da lo que
queremos ver, no más que sumergir nuestras gafas sea cuales sean y nadar un
poco, un rato donde un mundo raro nos hace hueco. Por ello estoy en contra de delfinarios
y otros derivados. No lo necesitamos. Una cosa bien, es rescatar alguna
tortuga, alguna ballena y devolverla a su mundo…un mundo de agua que se expande
indefinidamente por este planeta. Los delfines por ejemplo son seres que se
desquician en una piscina, necesitan de la libertad, del aliento de su especie
que se prolonga en los mares. Sus años de vida como tanto otros disminuye
considerablemente, solo, por el divertimento de nuestros ojos, de nuestros
niños. Hay que educar, no prohibir….educar en que cada especie es libre en su hábitat
y no tras una jaula de unos metros cuadrados en el afán del látigo. Descubramos
este insólita esfera donde las maravillas del palparla y respetarla puede ser
caricia mágica. Que no me vengan con excusa, ahora, en pleno siglo XXI. Hay que
deja correr este globo azul en su entereza, en su música alada por la
naturaleza, libre y pacífica.
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